sábado, 22 de diciembre de 2012

Feliz.. ¿Navidad?


Es algo más que aceptado por los historiadores que Jesucristo no nació un 25 de diciembre (al igual que tampoco lo hizo en el año que hoy consideramos "cero"). Pero esto no debería sorprendernos, pues el motivo de celebrar su llegada al mundo en tal fecha tiene unos orígenes que sobrepasan los límites de una sola religión, civilización, o incluso una cultura entera.

El alargamiento de las jornadas tras el solsticio de invierno empieza a materializarse el día 25 y por ello esta fecha se puede considerar como un resurgir del sol (y con él, del ciclo vital) que siempre supuso la simbología perfecta para situar y celebrar el nacimiento de dioses y héroes. De hecho, ese es uno de los puntos en los que se basa la reciente y polémica teoría de la identificación del dios egipcio Horus con Jesús (en la que no vamos a entrar, por extensa y discutida). Pero es más, esta imagen del día 25/12 no solamente se tuvo durante la Antigüedad, sino que llega hasta la Edad Media: el mismísimo Rey Arturo se convierte en monarca cuando extrae la espada de la piedra, no casualmente, durante el Torneo de Navidad.

De este modo, la Roma Clásica tenía diversas festividades en torno a ese "renacer" (como la de Sol Invictus) que sin duda influyeron directamente en que en un tiempo ya alejado de la vida de Jesús (parece que durante el reinado del emperador Constantino a principios del s.IVdc.) la Iglesia de Roma decidiera comenzar a celebrar el nacimiento de este también el 25 de diciembre. Además, de esta forma encajaba con algo vaticinado por los profetas: que el Salvador muriera el mismo día (de mes) que había nacido, y por entonces se creía que había fallecido el 25 de marzo.

Constantino ha pasado a la historia precisamente por convertirse al cristianismo y proclamar la libertad de culto en el año 313, si bien probablemente lo hiciera por motivos políticos. En esa situación, la asimilación del calendario general de festividades romano-paganas por parte de la nueva religión favorecía el avance de la misma. Pero además, en concreto la elección del 25/12 facilitaba la identificación de Jesucristo con el dios Apolo y con el sol, ambos ya relacionados entre sí, y también con el propio emperador, completando un cuarteto que intentaba transmitir la unidad religiosa e ideológica que necesitaba el Imperio.

Sin embargo, no son las fechas simbólicas los únicos puntos en común de la religión cristiana con la romana (o tantas otras), pues sus respectivos relatos mantienen un sinfín de apólogos, metáforas y fábulas que son recurrentes en las distintas mitologías. Sirva como ejemplo que los gemelos Rómulo y Remo, quienes supuestamente gestaron la ciudad de Roma más de siete siglos antes de nacer Jesucristo, vinieron al mundo como consecuencia de la relación de un dios (Marte) y una sacerdotisa vestal (una virgen). O que posteriormente fueron abandonados en una cesta en el río y más adelante uno de ellos mató al otro, detalles que también gozan de evidentes paralelos en la Biblia.

Teo Fernández

domingo, 16 de diciembre de 2012

La ciudad que no quiso turistas


Hace varias semanas tuvo lugar una reunión conjunta de las comisiones de Turismo y Cultura de CECO con Salvador Fuentes, Presidente del Patronato Provincial de Turismo, en la que este planteó sus propuestas.

En ella, al fin escuchamos a una autoridad local hacer referencia a la evidente necesidad de unificar, por un lado, turismo y cultura; y, por otro, fuerzas, intenciones y criterios. Sin embargo, hubo también una referencia al empleo de la imaginación para crear nuevos reclamos en la ciudad, afirmación con la que estoy en desacuerdo, idea esta que expresamos en la misma reunión y sobre la que nos extendemos en estas líneas.

Córdoba no necesita utilizar la imaginación, sino llevar a cabo un mejor aprovechamiento de lo que ya posee. No me muevo por encuestas, sino por algo menos científico pero no por ello menos objetivo y quizá sí que más fiable: el trato directo con los visitantes semana tras semana.

Pueden creerme si les digo que la mayoría de los turistas, por ejemplo, no visita la Plaza de la Corredera, y mucho menos el Museo de Julio Romero de Torres o (ahora que están en boca de todos) algún patio. Y no miento si añado que un número sorprendente de los mismos se marcha tras un fin de semana en nuestra ciudad sin saber que existe Medina Azahara, la Calle del Pañuelo o Caballerizas Reales (a pesar de entrar al Alcázar de los RR.CC.).

En el mismo orden de cosas habría que revisar los horarios, pues no es de lógica ni de recibo que museos, monumentos u oficinas de información tengan un tiempo de apertura reducido un sábado o un festivo incluso dentro de un puente (como ha ocurrido en el de la Constitución-Inmaculada).

Pero además de las deficiencias en la publicidad/información, también carecemos, como empecé diciendo, de una adecuada gestión de la materia prima. Evidentemente, nuestra bandera es la Mezquita-Catedral y ahora tenemos el boom de los patios. Pero así como aquella no es suficiente, estos no ofrecen facilidades de explotación debido a su carácter doméstico. Sin embargo, sí que existen otros dos iconos que podrían convertirse en auténticas marcas autóctonas:

Uno es el caballo andaluz, que sufre de los males endémicos de Córdoba: anquilosamiento, desunión y autocomplacencia. Debido a ello necesita, por desgracia y por naturaleza, del liderazgo y coordinación de la Administración para poder crear objetivos comunes y aunar esfuerzos.

El otro, Julio Romero de Torres, resulta aún mejor como producto, por originalidad y por ser mucho menos imitable. Además, aunque suene poco ortodoxo, tanto su obra como el entorno del Museo son quienes mejor encarnan la esencia de nuestra ciudad. Y debería disfrutar de la agilidad en la gestión que supone no sufrir la misma dispersión que el sector ecuestre y ser de propiedad pública. Sin embargo, una vez más, tenemos lo que queremos tener: el Museo JRT no solamente presume de escasa actividad, sino que quien esto escribe intentó hace poco incluirlo en rutas culturales y turísticas y las respuestas que encontró fueron, cuanto menos, llamativas.

Por ello insisto en que no se trata de crear novedosos, rocambolescos y futuristas reclamos, normalmente caros y a menudo polémicos. Nos bastaría con una coordinación mejor de la existente entre instituciones, una  información y horarios adaptados a las necesidades del usuario y, sobre todo, un adecuado escalonamiento a modo de producto o marca de lo que son nuestros elementos diferenciadores.

Sin embargo, conociéndonos, seguiremos buscando excusas para no mejorar lo mejorable o no abrir los museos cuando la gente tiene tiempo de ir. En resumen, para no mover un dedo. Y así poder seguir haciendo algo que nuestra idiosincrasia necesita: quejarnos (y sólo quejarnos) de que el dinero (el turismo) lo tienen otros.

Teo Fernández