Es algo más que aceptado por los historiadores que Jesucristo no nació un 25 de diciembre (al igual que tampoco lo hizo en el año que hoy consideramos "cero"). Pero esto no debería sorprendernos, pues el motivo de celebrar su llegada al mundo en tal fecha tiene unos orígenes que sobrepasan los límites de una sola religión, civilización, o incluso una cultura entera.
El alargamiento de las jornadas tras el solsticio de invierno empieza a materializarse el día 25 y por ello esta fecha se puede considerar como un resurgir del sol (y con él, del ciclo vital) que siempre supuso la simbología perfecta para situar y celebrar el nacimiento de dioses y héroes. De hecho, ese es uno de los puntos en los que se basa la reciente y polémica teoría de la identificación del dios egipcio Horus con Jesús (en la que no vamos a entrar, por extensa y discutida). Pero es más, esta imagen del día 25/12 no solamente se tuvo durante la Antigüedad, sino que llega hasta la Edad Media: el mismísimo Rey Arturo se convierte en monarca cuando extrae la espada de la piedra, no casualmente, durante el Torneo de Navidad.
De este modo, la Roma Clásica tenía diversas festividades en torno a ese "renacer" (como la de Sol Invictus) que sin duda influyeron directamente en que en un tiempo ya alejado de la vida de Jesús (parece que durante el reinado del emperador Constantino a principios del s.IVdc.) la Iglesia de Roma decidiera comenzar a celebrar el nacimiento de este también el 25 de diciembre. Además, de esta forma encajaba con algo vaticinado por los profetas: que el Salvador muriera el mismo día (de mes) que había nacido, y por entonces se creía que había fallecido el 25 de marzo.
Constantino ha pasado a la historia precisamente por convertirse al cristianismo y proclamar la libertad de culto en el año 313, si bien probablemente lo hiciera por motivos políticos. En esa situación, la asimilación del calendario general de festividades romano-paganas por parte de la nueva religión favorecía el avance de la misma. Pero además, en concreto la elección del 25/12 facilitaba la identificación de Jesucristo con el dios Apolo y con el sol, ambos ya relacionados entre sí, y también con el propio emperador, completando un cuarteto que intentaba transmitir la unidad religiosa e ideológica que necesitaba el Imperio.
Sin embargo, no son las fechas simbólicas los únicos puntos en común de la religión cristiana con la romana (o tantas otras), pues sus respectivos relatos mantienen un sinfín de apólogos, metáforas y fábulas que son recurrentes en las distintas mitologías. Sirva como ejemplo que los gemelos Rómulo y Remo, quienes supuestamente gestaron la ciudad de Roma más de siete siglos antes de nacer Jesucristo, vinieron al mundo como consecuencia de la relación de un dios (Marte) y una sacerdotisa vestal (una virgen). O que posteriormente fueron abandonados en una cesta en el río y más adelante uno de ellos mató al otro, detalles que también gozan de evidentes paralelos en la Biblia.
Teo Fernández