Si en el calendario romano una
de las etimologías de Mayo se relacionaba con los mayores, Junio es el mes
dedicado a los jóvenes (iunior) en
honor a la esposa de Hércules, Iuventas o Hebe (imagen). Y la razón la ofrece la misma
Iuventas: “Esta tierra me debe también algo en nombre de mi gran esposo; aquí
condujo él las vacas que había apresado; aquí tiñó de sangre la tierra aventina
Caco, inútilmente protegido por las llamas y las dotes que le dio su padre” (Fastos VI.75-80).
No obstante, la etimología más popular hace derivar el
nombre de este mes de la diosa Juno, la Hera latina, que fue hermana y esposa
de Júpiter, el Zeus latino. La misma diosa así se lo confiesa a Ovidio: “Pero
para que no lo ignores ni te veas arrastrado por el error del vulgo, junio ha
tomado el nombre de mi nombre” (Fastos
VI.25).
Las últimas etimologías tienen denotaciones políticas.
Una hace derivar el nombre del verbo iungere,
‘unir’, pues en este mes se produjo la unión de dos pueblos hasta entonces
enemigos, los romanos y los sabinos. La otra, de Lucio Junio Bruto, fundador de
la República romana que expulsó al último rey, a Tarquinio II el Soberbio. Así
describe Plutarco a este rey:
El pueblo, lleno de odio contra Tarquinio el
Soberbio, que no había logrado el poder honradamente, sino de manera impía e
ilegal y que no lo ejercía como un rey, sino con insolencia y al estilo de un
tirano… (Plutarco, Publícola 1.3;
traducción Aurelio Pérez Jiménez).
La fiesta que resaltamos en esta ocasión es la Carnaria,
en honor de la ninfa Carna (o Crane), hermana de Febo (Apolo). Siempre
rechazaba a sus pretendientes con la misma triquiñuela. Tras ellos declararles
su amor, ella les contestaba: “Este sitio tiene demasiada luz y con la luz me
da vergüenza; más bien, si me llevas a una cueva apartada, yo te sigo”. Y
mientras ellos se dirigían hacía esa cueva, ella, que se quedaba tras ellos, se
perdía entre los matorrales sin posibilidad de ser encontrada más tarde. Sin
embargo, un día se presentó el dios bifronte Jano como pretendiente y, cuando Carna
quiso repetir la jugada, él vio dónde se escondía y la atrapó entre sus brazos.
Para recompensar la pérdida de la virginidad de Carna, Jano le regaló el
derecho sobre los goznes y una espina blanca con la que repeler de las puertas
los agravios.
En esta fiesta se recuerda la ocasión en la que la ninfa
tuvo que usar esa espina blanca. Existían unas aves feroces, conocidas como
‘vampiros’ (striges), que bebían la
sangre de los niños. Un día se metieron dentro de la habitación de Proca y lo
hicieron su víctima. La nodriza poco o nada podía hacer, por lo que recurrió a
Carna, la cual “tocó tres veces
consecutivas las jambas de la puerta con hojas de madroño; tres veces con hojas
de madroño señal6 el umbral. Salpicó con agua la entrada (el agua también era
medicinal) y sostenía las entrañas crudas de una marrana de dos meses”. Ofreció a estas aves las entrañas del
animal a cambio de la vida del niño y a continuación colocó una vara tomada de
la espina de Jano donde una pequeña ventana iluminaba la habitación. Las aves
se alejaron y el niño se recuperó.
Durante estas fiestas se come tocino grasiento y habas con espelta
caliente, pues, de acuerdo a Ovidio: “Ella es una diosa antigua y se alimenta
con la comida que acostumbraba antes, y no es golosa como para desear manjares
de importación”.
Durante el mes de
Esciroforion se celebraban en Atenas unas fiestas que servían de preludio para
otras mayores. Las fiestas eran las Arretoforias y en ellas cuatro niñas de
entre 7 y 11 años, escogidas por el arconte ‘Basileus’, recreaban la fiesta de
las Tesmoforias, pero sin conocer el misterio. Éstas vestían ropas blancas y
complementos dorados. Durante cuatro días estas niñas vivían encerradas en el
templo de Atenea; uno de los días portaban sobre sus cabezas objetos sagrados
que la sacerdotisa de Atenea les daba, objetos que las niñas desconocían qué
eran. A continuación descendían por una gruta subterránea, que se encontraba
cerca del santuario de Afrodita, portando una antorcha. Tras conseguir un
objeto también oculto (estaba envuelto), regresaban a la superficie.
Probablemente, y de acuerdo a algunos investigadores,
para acallar la curiosidad de las niñas por saber qué eran esos objetos
sagrados, se creó la historia de las hermanas a las que Atenea les encomendó el
cuidado de una cesta pero les prohibió abrirla. Ellas, picadas por la
curiosidad, la abrieron y descubrieron la serpiente gigante que protegía a
Erictonio, el hijo de Atenea. Estas hermanas, como castigo se volvieron locas y
se arrojaron desde la Acrópolis.
Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO
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