Muy por encima de films más educlorados o supuestamente históricos, el gran clásico del mito artúrico es Excalibur (John Boorman, 1981). Esta obra adapta el texto más influyente del ciclo (La Muerte de Arturo de Sir Thomas Mallory, del s. XV), siendo, por ello, la más cercana al mismo completo y la que mejor plasma el poder mágico de objetos como la espada y el grial.
Y es que (sin perdernos en quién pudo ser el Arturo real) el fallecimiento del Rey no sólo el episodio más nostálgico, sino el trance culmen del relato. Con él se cierra la historia ejemplificante, la espada retorna a las aguas y la tierra queda en espera de la llegada de un legítimo sucesor, cual fieles esperando al Salvador que ha de venir.
Y es que (sin perdernos en quién pudo ser el Arturo real) el fallecimiento del Rey no sólo el episodio más nostálgico, sino el trance culmen del relato. Con él se cierra la historia ejemplificante, la espada retorna a las aguas y la tierra queda en espera de la llegada de un legítimo sucesor, cual fieles esperando al Salvador que ha de venir.
La película deja ver con especial transparencia que en el
apólogo artúrico la idea de unidad es
un concepto tan amplio como corresponde a la complejidad de todo mito: no se restringe
al aspecto político (aunque lo incluye: “una
tierra, un rey”), sino a una concepción que tiene sus raíces en el
panteísmo celta, pero que llega más allá de este. Pues el dragón (la isla) engloba también al monarca, vinculándose al
bienestar y la salud del mismo.
Ahí es donde resulta importante
el personaje de Merlín. No sólo ayuda a Arturo, quien se nos presenta noble de espíritu pero
con flaquezas humanas, a superar estas. Sino que facilita esa relación del
monarca con la naturaleza, cumpliendo a la perfección su papel del druida. Es
además un curioso legado del paganismo que vaticina y acepta la llegada del
cristianismo.
De ese irremediable vínculo con el medio venga quizá el apodo de “oso” que podría significar el término galés Artus: sería la fuerza primaria con la que la el rey legítimo surge, metafóricamente, de las entrañas de la isla. De ahí también la espada que unas veces el suelo y otras el agua le ofrecen para argumentar su poder. Arturo debe cuidar su reino como éste cuida de él, pues en el fondo, nada los separa. En el fondo,“el rey y su tierra son uno”.