jueves, 25 de julio de 2013

Mitos y leyendas de la provincia de Córdoba (V): leyenda de la Casa del Judío (Pedroche)



La Casa del Judío estaba situada frente a la iglesia parroquial del Salvador, concretamente por la puerta lateral de la Epístola. Este edificio tiene una historia muy particular y también era conocido por Casa de los Duendes o Casa de las Lágrimas y hasta tal punto era aborrecida por los pedrocheños que los niños echaban a correr cuando pasaban ante la vivienda.

En esta casa vivió hace muchísimos años un judío llamado Malogrado. Era alto de estatura, feo, encorvado y con un color verdoso de cara. A decir de los que le visitaban, no le lucía nada el mucho dinero que manejaba. Como buen judío se dedicaba a comprar, vender y prestar dinero, con tanta usura que al rendirle cuentas sus deudores le entregaban no solo sus animales, joyas o ajuares, sino también los sudores de su trabajo. Eran tales las penas que aquella vivienda provocaba entre los vecinos que de ahí el nombre de Casa de las Lágrimas.

Un día de invierno, los vecinos notaron que la casa del usurero no se abría como de costumbre, por lo que forzaron la puerta y encontraron a Malogrado en el sótano, muerto de frío mientras contaba el dinero, sentado sobre un aparejo.

Al poco tiempo se presentó en el pueblo Moisés, hijo de Malogrado, que regresaba de un viaje a Toledo en compañía de su hija, Estrella. La muchacha tenía entre quince y dieciséis años; a decir de los mozos del pueblo estaba hecha de canela, menta y rosa de lo guapa y graciosa que era. Tenía los ojos azules, alta, blanca como la nieve y los cabellos rubios como los rayos del sol. Estrella llevó la alegría a aquella casa tan lúgubre y triste. Los muchachos ya no corrían al pasar por la puerta de aquella casa, al contrario, los jóvenes pasaban a todas horas por la vivienda y por las noches solían juntarse en la puerta del cementerio viejo para obsequiarla con sus serenatas. Entre todos destacaba Aristeo, que era el hijo del sepulturero.

Moisés estaba amargado porque creía que su padre le había dejado una fortuna, pero lo que se encontró fue una casa destrozada y saqueada por quienes habían sido deudores de Malogrado. Como buen judío, Moisés no se amilanó ante la adversidad y ejerciendo el oficio de guarnicionero volvió a crearse una fortuna suficiente para pasar sus días sin dificultades económicas. Estrella, por su parte, llenaba su martirizado corazón supliendo el cariño de su esposa Débora, que había muerto cuando su hija contaba solo dos años de edad.

Pero la desgracia acecha a Moisés; un grupo de judíos cuchichean indignados, parece que una nueva maldición se avecina sobre su raza. Estrella, la gloria del barrio judío, la alegría y el honor de su padre y de cuantos la conocen, está enamorada de Aristeo y está dispuesta a recibir las aguas del bautismo para poder contraer matrimonio cristiano.

La indignación y la rabia corroen a los judíos de Pedroche. Piensan que es intolerable que un cristiano se despose co n la flor de la estirpe descendiente de David y ni los consejos del anciano rabino de la sinagoga pedrocheña hacen desistir a Estrella de la decisión que ha tomado.

En el lugar junto al Torreón y al lado de la puerta de la villa se encuentra El Calvario, un montículo coronado años después por tres cruces, que representan la crucifixión de Cristo, detrás de la cruz central, que era la más artística, había un olivo enorme que, según cuenta la tradición, fue traído a Pedroche desde Getsemaní por el arzobispo Moya y plantado por él mismo: en lo más alto brillaba día y noche un sucio farol, que por la noche servía de guía a los caminantes. En este lugar sagrado se ha reunido todo el ghetto judío. Visten traje de gala y en medio del silencio de la noche un enorme corro formado por jóvenes y ancianos lanzan piedras sobre Estrella, La muchacha había sido condenada por el consejo de ancianos a morir lapidada, para servir de escarmiento a otras jóvenes judías para que no cayeran seducidas por los halagos de los cristianos.

Aquella noche, Moisés, el padre exasperado, que había creído encontrar la satisfacción en la muerte de su hija rebelde sacrificada, en su lugar solo encontró la más terrible soledad.
Al poco tiempo del fallecimiento de Estrella en el lugar del martirio apareció un extraño rosal, pues dice la leyenda que sus hojas desprendían un intenso fulgor antes del amanecer. Hasta ese lugar fue un día Aristeo con un azadón, con la idea de trasplantar esa hermosa planta que tantos recuerdos le traía hasta el jardín de su casa. Al primer azadonazo los pétalos de las rosas se iluminaron y las corales semejaban lámparas encendidas; las hojas brillaban con más intensidad y el rosal se convirtió en un ascua gigantesca, mientras desde las raíces de la planta se escuchaba con toda claridad un suspiro.

En ese instante los huesos de Estrella se juntaron en orden unos con otros, se pusieron de pie y se revistieron de carne, mientras aparecía la joven con todo su esplendor y lentamente se acercó hasta Aristeo, diciéndole “quiero recibir el bautismo”. Entonces el joven se encamino hacia un pozo que había en un lugar cercano llamado Fuente de la huerta de la perra y llenó un puchero de agua. Regresó y con la misma bautizó a Estrella, que después le extendió sus brazos y le besó diciéndole: “Hasta que nos veamos en el cielo”. En ese momento, aquella esbelta figura que parecía una estatua de alabastro iluminada se desmoronó y se apagó poco a poco, mientras que sus ropajes se convertían en un montón de pavesas que se dispersaron con el viento.

Al día siguiente, Aristeo empezó a sufrir unas fiebres altísimas, mientras por su boca salían palabras inconexas, como: “el rosal está seco”, “forman el esqueleto”, “su carne es pura”, “me pide el bautismo”, “sus ropas se convierten en pavesas”, “se desintegra”… Y así estuvo el joven hasta que murió pocos días después, recitando hasta su último instante aquellas locuras, ¿o eran verdades?
 
Texto y foto:
Francisco Sicilia Regalón
Cronista oficial de Pedroche

2 comentarios:

  1. Precioso, entrañable historia... para mi cierta y verdadera... sí, en el cielo están los dos, Estrella y Aristeo, felices enternamente.
    Ángel.

    ResponderEliminar