Signo zodiacal también conocido por Carnero, es, sin lugar a dudas,
el caprino más famoso de toda la Mitología griega, pues tras él se esconde el
mítico Vellocino de Oro.
Atamante, rey de
Tebas o del reino de los coroneos, se casó con Néfele, con la que tuvo un hijo,
Frixo, y una hija, Helen. Tras repudiarla, contrajo segundas nupcias con Ino,
que siempre celó de los vástagos del primer matrimonio de su esposo, de modo
que ideó matarlos. Para ello, persuadió a las mujeres del reino que tostasen
los granos de trigo que serían utilizados para la siembra. Como era de esperar,
esos granos no dieron el fruto esperado, por lo que Atamante envió mensajeros
al oráculo de Delfos para preguntar la causa. Ino sobornó a esos enviados para
que, cuando el rey les inquiriera, respondieran que el oráculo vaticinó el
sacrificio Frixo y Helen para la recuperación de la fecundidad de la tierra.
Cuando Frixo y
Helen estaban a punto de ser sacrificados, Helen les entregó un carnero de piel
dorada que Hermes le había regalado. Ambos niños, subidos sobre los lomos del
animal, lograron huir volando –el carnero podía volar.
En su camino de
huida, cuando Frixo y Helen estaban sobre la parte más estrecha del mar, la
niña cayó al agua – por lo que ese mar recibió su nombre (Helesponto). Tras
este accidente, Frixo y el carnero llegaron a Cólquide, donde su rey, Eetes, lo
acogió y le entregó a su hija Calcíope como esposa. A cambio, Frixo sacrificó
el animal a Zeus, despojándole de su piel de oro, la cual entregó a Eetes.
El animal, por su
entrega, fue catasterizado. Sin embargo, su brillo es escaso, ya que fue
convertido en estrella después de ser sacrificado y sin su dorada piel.
Eratóstenes nos describe la posición de
las estrellas en Aries de la siguiente manera:
“En la cabeza tiene una estrella; en el
hocico, tres; en el cuello, dos; <en> la punta de la pezuña que tiene
adelantada, una; <en> el lomo, cuatro; <en> la cola, una; bajo el
vientre, tres; sobre la cadera, una; en la punta de la pezuña que tiene
retrasada, una: en total, diecisiete.” (traducción de José B. Torres Guerra).
Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO