La película Troya (W. Petersen, 2004) sufre también la costumbre hollywoodiense de edulcorar la historia o la literatura (en este caso, esta última, pues está inspirada en la mitología griega). Sin embargo, Brad Pitt y compañía no deberían ejercer como un foco cegador que nos deslumbre impidiendo ver las virtudes de esta cinta, ni tampoco provocarnos la colocación de un telón purista que nos las oculte.
Efectivamente, dentro de esa adaptación, el film tiene algunos cambios respecto a los textos clásicos. De ellos, el más curioso y "moralista" es que presenta a Patroclo como primo de Aquiles y no como su amigo-amante. El más general, la eliminación del papel de los dioses: la divinidad madre de Aquiles (Tetis) sólo se menciona como un rumor y se obvia que la muerte de Patroclo corresponde al castigo de Apolo por profanar su templo (etc.). Y el más llamativo, la eliminación de todo lo concerniente al archifamoso talón de Aquiles (salvo que una flecha le alcanza ahí antes de morir debido a otras).
A pesar de ello, de evitar referencias temporales a la duración de la contienda y de algunos planos de Brad Pitt demasiado efectistas, la película presume de importantes virtudes: la mayoría de los actores realiza un papel más que notable (la única película de acción que recuerdo con mejor elenco es El Caballero Oscuro), la trama sigue con aceptable coherencia el argumento troncal y los historiadores confirman la veracidad de ropas, edificios, armas y formas de guerra.
Además, se esbozan adecuadamente los perfiles de los personajes y sus dilemas tanto internos como en lo que se refiere a las relaciones con los demás, reflexionando sobre el amor, el honor, el deber, la lealtad y la patria. De esa forma, las pulsiones romántico-vanidosas de Aquiles, Eneas, Helena o el propio Agamenón resultan infantiles frente a la responsabilidad para con su pueblo del astuto Ulises (que ejerce de narrador) y los honorables Príamo y Héctor.
Además, se esbozan adecuadamente los perfiles de los personajes y sus dilemas tanto internos como en lo que se refiere a las relaciones con los demás, reflexionando sobre el amor, el honor, el deber, la lealtad y la patria. De esa forma, las pulsiones romántico-vanidosas de Aquiles, Eneas, Helena o el propio Agamenón resultan infantiles frente a la responsabilidad para con su pueblo del astuto Ulises (que ejerce de narrador) y los honorables Príamo y Héctor.
Al final hay un guiño a la historia mítica de Roma, concretamente a la dinastía Iulia (de Julio César), cuando el príncipe Paris entrega a Eneas la espada de Troya, ya que este, a la postre, llegará a las costas de Italia, suponiendo el comienzo de la mencionada estirpe cesariana. Con este detalle, Roma se emparenta legendariamente con la civilización griega, por la que siempre tuvo tanta admiración y de la que se consideraba heredera; así, además, Octavio Augusto, hijo adoptivo de Julio César y primer emperador, legitimaba su poder.
En resumen, podemos decir que no son Briseida y Helena los únicos motivos de peso para ver esta película, pues tras la clásica Furia de Titanes, probablemente se trate de la mejor película sobre mitología clásica que se ha hecho.
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