sábado, 26 de octubre de 2013

Mitos y leyendas de nuestra provincia (VII): Palacio de los Condes de Santa Ana (Lucena)



Todo empezó con las obras de restauración del antiguo Palacio de los Condes de Santa Ana y de la Vega, uno de los más bellos palacios barrocos de Lucena, allá por el año 2009. Los trabajadores encontraron en los sótanos del Palacio un hallazgo un tanto macabro: se trataba del cuerpo de un hombre enterrado y rodeado de varios crucifijos. El hecho se quedó en poco más que una anécdota y decidieron dejarlo tal y como lo habían encontrado sin llegar a saber la identidad del enigmático personaje. Pero, ¿qué era lo que había hecho este hombre para estar enterrado de tan extraña forma?

Pues bien, la historia se remonta a principios del siglo XX, cuando el Palacio de los Condes de Santa Ana fue adquirido por la familia Torres-Burgos. Y a esta familia le resultó muy extraño que la fachada, compuesta por cinco espectaculares balcones que dan a la c/San Pedro (una de las más señoriales de Lucena), no se correspondía con ninguna estancia interior. Es decir, por más que buscaban no daban con la habitación en la que se encontraban estos bellísimos balcones, así como otros tres que daban al primer patio del palacio.

Ante esto, la familia llamó a algunos albañiles, que, tocando sutilmente las paredes, hallaron que una sonaba a hueca. El nuevo señor del palacio dio la orden para que la derribaran y, cuál fue la sorpresa de todos los allí presentes, cuando ante sus ojos apareció un fastuoso salón de baile del siglo XIX.

Tras el hallazgo, la Familia Torres-Burgos se puso en contacto con un sobrino del último conde de Santa Ana, que les relató el por qué la familia se había deshecho de este maravilloso palacio, y el por qué de dejar tapiado el hermoso salón de baile:

Todo empezó en ese mismo siglo, el XIX, cuando el IV Conde de Santa Ana y de la Vega sorprendió a su esposa, doña Marina Fernández de Lincres, con su amante en este salón. Se decía que, a consecuencia de esto, el conde fue cegado por los celos y en ese mismo instante retó al amante de su esposa en la misma estancia, muriendo el amante a manos del esposo. Como venganza por su traición, el Conde dejó a su esposa encerrada en ese lugar, tampiando todos los balcones y entradas de acceso.

Como venganza, se dice que doña Marina roció todas las paredes con su perfume para que nunca su presencia cayera en el olvido. Murió allí, en ese salón que se convirtió en su tumba en vida. Finalmente, el señor conde hizo derribar una de las paredes y darle a su esposa santa sepultura en Granada, y tras esto dispuso volver a tapiar de nuevo la pared y vender el palacio.

Y, desde entonces, cuando la oscuridad de la noche se mezcla con el escalofrío de la madruga, se cuenta que en el palacio encantado de Santa Ana se ve una figura femenina que recorre todas sus estancias del palacio, hasta que finalmente su espectro desaparece en el sótano para reencontrarse con su amor...

Mayra Parejo
Auxiliar de Turismo de Tu Historia
(Fundación Ciudades Medias del centro de Andalucía)
Monitora de la ruta Lucena Oculta

viernes, 18 de octubre de 2013

El mito del mes: escorpio


Conocemos la historia que hay detrás de los signos zodiacales gracias a un tipo de literatura que surgió en Grecia ya en época tardía: los catasterismos, o dicho de otro modo, la conversión en estrella (aster) de seres divinos, humanos (héroes o simples mortales), animales e incluso de seres inanimados. Cada relato suele estar dividido en dos partes: una primera en la que el autor narra brevemente la mitología del personaje y la hazaña o el motivo que ha originado su transformación, y una segunda en la que se describe la constelación en sí. 

El autor más conocido es Eratóstenes de Cirene, director de la fabulosa Biblioteca de Alejandría. Entre sus múltiples obras, escribió un tratado titulado Catasterismos del que conservamos 44 relatos, entre los que se incluyen los doce signos del Zodíaco.
Así pues, comenzamos con Escorpio (Eratóstenes, Catasterismos 32). 

El signo zodiacal Escorpio debe su razón de ser al animal del que toma el nombre. De acuerdo a la versión más extendida entre los autores clásicos, la diosa Ártemis lo hizo surgir de la tierra como castigo a Orión, un gigante cazador, porque intentó violarla durante una cacería en Quíos –o en Delos-. El escorpión mordió al gigante hasta hacerlo morir. A pesar de ello, Zeus lo elevó al cielo como constelación para que todo aquel que lo observase conociera su fuerza y su poder.

Para que se conservase el recuerdo del castigo de Orión (morir a manos de un escorpión), Escorpio se encuentra siempre persiguiendo a Orión en el cielo.

Debido a su inmenso tamaño, Escorpio ocupa dos zonas del Zodíaco, según nos apunta Eratóstenes, entre las que se reparten sus pinzas por una parte, la correspondiente a Ofiuco, y su cuerpo y el aguijón por otra. Este autor nos indica también la posición de las estrellas en Escorpio: 

“En cada pinza tiene dos estrellas, muy brillantes las delanteras y más apagadas las de atrás; sobre la frente hay tres brillantes –la más intensa de las tres, la del medio, un poco hacia atrás-, dos sobre el vientre, cinco en la cola y dos en el aguijón. De entre todos sobresale por su brillo intenso una que hay sobre la pinza orientada al norte. Suman en total diecinueve” (traducción de Antonio Guzmán Guerra).

Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO

viernes, 11 de octubre de 2013

Mitos y leyendas de la provincia de Córdoba (VI): el Mitra de Cabra



La escultura romana del dios Mitra matando al toro es una de las más relevantes y características del Museo Arqueológico de Córdoba. Fue hallada en 1951 por Francisco Castro y sus hijos Francisco y Antonio, en su huerta en la localidad de Cabra, mientras realizaban labores de siembra (actividad que muy comúnmente era causa de los hallazgos arqueológicos). Más adelante, en ese mismo lugar, aparecieron otras importantes piezas, hasta que finalmente salió a la luz toda una villa.

Pero, ¿quién es Mitra?

El culto a esta deidad de origen persa y asociada al sol, la fertilidad y la vegetación, se extendió a India y Roma. Y en esta se convirtió en una religión mistérica, esotérica e iniciática, de transmisión oral (no basada en escrituras sagradas), y cuyo ritual debía mantenerse en secreto. De ahí que los lugares donde se llevaban a cabo (mitreos) fuesen muy adecuados y subterráneos imitadores de la propia cueva del dios Mitra (en la imagen inferior, uno encontrado bajo la iglesia de San Clemente de Letrán en Roma).

La escena representada en la escultura que nos ocupa es la más caracterísitca de Mitra: la tauroctonía (muerte del toro), y de la que supone el testigo escultórico más destacado tras los existentes en Londres y el Vaticano. Según la mitología, Mitra montó al toro hasta que este quedó exhausto y luego cargó con él sobre los hombros hasta su cueva, donde recibió, a través de un cuervo, la orden de sacrificarlo. Y entonces entraron en escena otros elementos que también son imprescindibles en su iconología: el perro y la serpiente, que buscan alimentarse de la herida del toro, así como el escorpión que ataca los testículos del mismo.

En ocasiones, el mitraísmo se ha querido ver como un paralelo (o incluso un origen) de parte de la concepción divina del cristianismo: Mitra, además de un modelo a seguir, sería, en su papel de sol, un mediador entre el Dios celeste y el mundo terreno, como Jesús (además, no debemos olvidar que en el Imperio Romano se creó una fuerte identificación entre los elementos Sol-Apolo-Jesucristo-Emperador). En el propio episodio del Mitra Tauróctonos podemos hallar evidentes similitudes con la filosofía cristiana y muy especialmente con su iconografía (con el pastor, el cordero que lleva sobre sus hombros o el sacrificio de este por orden divina).

Es más, Mitra nació de una piedra; la, por ende, Petra generatrix, de la que todo surge. Pues bien, probablemente al lector le resulten familiares las palabras que, según los evangelios, Jesús dirigió a Petrus (Pedro), para designarlo la base de su religión (y que además aparecen en el interior de la cúpula de San Pedro del Vaticano): "Tu es petrus et super hanc petram aedificabo eclessiam meam, et tibi dabo claves regni caelorum" ("tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y te daré las llaves del reino de los cielos").

Teo Fernández Vélez
Érase una vez Córdoba




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