Es verano, al
mediodía el Sol en el hemisferio Norte, alto en el cielo, nos da una cantidad
de luz y calor que hace que millones de personas nos acerquemos a sumergirnos
en las costas y las piscinas. El agua
nos ayuda a soportar las condiciones a veces inclementes, con temperaturas que
incluso superan a veces los 40 grados en ciudades como Córdoba.
Pero tras cada día
llega su noche.
Si nunca hubiéramos
conocido la noche el cambio sería inimaginable, inconcebible, seguramente
aterrador. La luz, una vez desaparecido el Sol bajo el horizonte, se atenúa
millones de veces respecto al día.
De una manera extraordinaria nuestros ojos se adaptan y son capaces entonces de ver un singular espectáculo: el cielo nocturno. No es una oscuridad total. Miles de pequeñas luminarias lo adornan, las llamamos estrellas; algunas, que destacan entre las otras merecen un nombre más evocador: luceros, que son los planetas y estrellas más brillantes. Incluso ese ser especial y cambiante que es capaz de convertir algunas noches en un pálido reflejo del día y permitir a nuestros ojos habitar también las horas oscuras, y al que llamamos Luna.
De una manera extraordinaria nuestros ojos se adaptan y son capaces entonces de ver un singular espectáculo: el cielo nocturno. No es una oscuridad total. Miles de pequeñas luminarias lo adornan, las llamamos estrellas; algunas, que destacan entre las otras merecen un nombre más evocador: luceros, que son los planetas y estrellas más brillantes. Incluso ese ser especial y cambiante que es capaz de convertir algunas noches en un pálido reflejo del día y permitir a nuestros ojos habitar también las horas oscuras, y al que llamamos Luna.
Pero en cada verano hay noches especialmente
amables, una ligera brisa convierte la experiencia de un atardecer en el
preludio de noches frescas con olores de flores nocturnas, grillos que cantan y
sonidos de ríos, arroyos, y olas que no descansan.
El cielo también nos regala noches especiales en el que el habitual mapa celeste cobra una vida diferente. Algunas estrellas parecen moverse con una rapidez sorprendente, por eso las llamamos estrellas fugaces, y cuando son bastantes las llamamos lluvia, lluvia de estrellas. En otras épocas, éste y otros fenómenos celestes eran a menudo considerados de mal agüero.
El cielo también nos regala noches especiales en el que el habitual mapa celeste cobra una vida diferente. Algunas estrellas parecen moverse con una rapidez sorprendente, por eso las llamamos estrellas fugaces, y cuando son bastantes las llamamos lluvia, lluvia de estrellas. En otras épocas, éste y otros fenómenos celestes eran a menudo considerados de mal agüero.
Actualmente el conocimiento científico nos explica con extraordinaria exactitud qué es en realidad una lluvia de estrellas. Los cometas al acercarse al Sol se desprenden de su propio cuerpo en millones de pequeñas partículas que van quedando en el camino que describen en el espacio. Cuando la órbita de la Tierra atraviesa esos lugares, nuestro planeta choca con innumerables trozos de polvo de cometa, casi todos más pequeños que granos de arena. A altitudes de casi 100 kilómetros y velocidades de varias decenas de metros por segundo, se sumergen en la atmósfera dejando un destello que es la huella final de su sacrificio.
Sorprendentemente
nuestros ojos pueden verlo desde la superficie oscura de la noche.
La más famosa de estas lluvias de estrellas son las
denominadas Lágrimas de San Lorenzo, o Perseidas, según el paradigma cultural
que utilicemos. La denominación de Perseidas deriva de la localización del
radiante, un punto del cielo que cuando las vemos moverse parece ser el centro
del que parten y que está en la constelación de Perseo, que se eleva las
madrugadas del verano desde el noreste. Una regularidad importante y una
numerosa actividad en el máximo en mitad del verano, contribuyen a esta enorme
popularidad.
Para verlas necesitamos un cielo oscuro, y
abarcar con la vista la mayor cantidad de espacio posible; tendidos en el suelo
con los pies hacia el noreste mirando hacia arriba es la mejor posición. Desde
el anochecer hasta la madrugada es posible verlas en cualquier parte del
cielo. Durante todo el mes de
Agosto es posible ver alguna perseida pero el máximo se produce entre el 11 y
el 13 de este mes, las noches del 11 al 12 ó del 12 al 13 según el año. Otro
factor importante es la luz de la Luna,
con una Luna demasiado llena perdemos
hasta el 90% de las que veríamos sin Luna por lo que cada año las condiciones
son diferentes.
En este 2014 las
condiciones no son buenas, demasiada luz en el máximo con Luna llena el día 10.
Como cada día la Luna sale más tarde aconsejo aprovechar las primeras horas del
11, 12 o incluso después, antes de que la Luna suba , puesto que al amanecer la
Luna brillará bastante, aunque en cualquier momento es posible ver alguna que
consigue vencer la competencia de la luminosidad lunar.
Por último ya saben
que popularmente se asocia la visión de estrellas fugaces con la petición de
deseos, así que para estas noches lleven suficientes en los bolsillos. Pero les
aconsejo que sean especialmente responsables con lo que piden.
Porque los deseos, a
veces, se cumplen.
Disfrútenlos.
Antonio Becerra Sánchez
Divulgador astronómico
Planetario La Nave Tierra
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Imagen: www.gomeranoticias.com
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