jueves, 25 de septiembre de 2014

El signo del mes: Libra




Este signo zodiacal está relacionado con Astrea, la diosa catasterizada (convertida en estrella) como Virgo. Así, Libra sería el atributo de esta diosa, quien se serviría de una balanza para pesar la justicia de los hombres o el destino de éstos.

No obstante, esto no siempre fue así. En un principio se consideró que serían las pinzas (Chelae en griego) de Escorpión, pinzas que en latín se designaban como Libra. Pero ¿cómo explicar el paso de “pinzas” de un escorpión a los brazos de una “balanza”? En el comentario de Servio, autor latino, a las Geórgicas de Virgilio (1.33) parece ser que está la clave. La balanza se consideró como símbolo de la Justicia por cercanía con Virgo, ya que estaba situada bajo éste.

Los romanos consideraban que Virgo era la catasterización de Erígone, hija de Icario, el introductor de la vid y el vino en Grecia. Éste dio a beber del fruto de la nueva planta a los ciudadanos, quienes, por no tener colmo, se emborracharon. Creyendo que Icario los había envenenado, lo mataron. Cuando Erígone fue a buscar a su padre, al encontrarlo muerto, se ahorcó sobre la tumba paterna. Por la piedad hacia su padre, fue convertida en estrella por los dioses y llamada con el nombre de Justicia.

Servio reafirma esto unas pocas líneas antes de relatar brevemente el mito de Erígone cuando escribe que “libra (las pinzas del cangrejo) son la equidad, Virgo la justicia”.


Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO


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sábado, 20 de septiembre de 2014

Córdoba Subterránea (IV): la "domus" del Hospes Palacio del Bailío


Bajo el comedor del Hospes Palacio del Bailío (y visible a través del acristalado suelo del mismo) se encuentran maravillosamente integrados los restos de una "domus" (casa) romana. Concretamente, según indica el Catedrático de Arqueología de la UCO Desiderio Vaquerizo Gil en la Guía Arqueológica de Córdoba, se trata de "un peristilo con decoración parietal pintada y columnas de piedra caliza y capiteles de orden toscano remontables quizá a momentos tardorrepublicanos". Las visitas a la misma están restringidas, al accederse a ella a través del spa del hotel

Si quieres conocer otros yacimientos que se encuentran en el subsuelo de nuestra ciudad, acompáñanos en nuestra ruta Córdoba Subterránea.
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lunes, 15 de septiembre de 2014

Las Claves JRT (I): su padre



La figura de Julio Romero como pintor no se limita a su conocido y popular estilo que aún hoy en día cautiva a propios y extraños. Como cualquier artista, el joven Julio tuvo una formación pictórica que partió de la mano de alguien cercano, su padre, el pintor onubense Rafael Romero Barros. Podríamos decir que nos encontramos ante un humanista en toda regla, un hombre que dedicó su vida por y para la cultura. Lo curioso es cómo, a pesar de su fulgurante carrera y de la cantidad de mejoras que realizó en Córdoba siempre ha ocupado un plano secundario, casi desconocido, ocultado tras el halo de la famosa figura de su hijo.

Rafael Romero Barros (nacido en Moguer, Huelva, en 1832) aprendió a pintar de la mano del paisajista sevillano Manuel Barrón. En aquellas clases compartiría enseñanzas con los hermanos Bécquer (Gustavo Adolfo fue poeta, pero también gustó del noble arte del dibujo). El realismo con el que impregnó sus obras resulta casi fotográfico, sólo hay que ver su Bodegón de naranjas para darnos cuenta de ello. No importa la temática del cuadro: paisajes, bodegones, retratos o representaciones costumbristas, todos ellos se caracterizan por esa precisión en el dibujo que hacen de Rafael Romero un pintor notable.

Llegó a nuestra ciudad en 1862 para tomar el cargo de conservador en el Museo Provincial de Pinturas. Desde su residencia y lugar de trabajo en la Plaza del Potro, Rafael iniciará su labor en el museo y en su empeño por desarrollar la labor artística de Córdoba fundará la Escuela Provincial de Bellas Artes.

Pero, la vida de Rafael Romero Barros estuvo salpicada por varias facetas, conectadas por el arte y la cultura, que no debemos olvidar: conservador de museo, secretario y posterior director de la Comisión de Monumentos y restaurador, fue además crítico y escritor. Podríamos decir que estamos ante uno de los primeros “concienciadores” que alzó la voz y se preocupó porque Córdoba retomara el esplendor perdido. Prueba de ello fue su apasionado proyecto: Córdoba monumental y artística, un libro decorado con dibujos de su hijo Rafael y donde pretendía realizar un pormenorizado análisis del estado de cada uno de los monumentos de nuestra ciudad. Por desgracia, su temprana muerte hizo que sólo nos haya quedado para el recuerdo su peculiar y romántica descripción de la Mezquita-Catedral.

También cabe destacar su conciencia social, ocupando el cargo de Secretario en la Asociación de Obreros Cordobeses desde el cual se hizo consciente de la situación que atravesaban las clases más bajas y haciendo de ello partícipe al resto de la sociedad mediante algunas de sus pinturas. Cuando falleció, en diciembre de 1895, los integrantes de la asociación y cordobeses de todas las clases velaron su cadáver y lo acompañaron para darle su última despedida, antecediendo de algún modo, al apoteósico amor que después profesarían a su hijo más querido.

La labor de Romero Barros es digna de mención, por la dedicación y el afán con los que trabajó por Córdoba. Porque probablemente sin él, no sólo no hubiésemos tenido a Julio, sino que hoy en día no tendríamos en pie muchos de los monumentos de los que hoy, propios y extraños, disfrutamos en nuestros paseos descubriendo la ciudad.


Monitora de la ruta "La Córdoba de Julio Romero de Torres", que
conmemora el 140 aniversario del nacimiento del pintor


jueves, 4 de septiembre de 2014

El signo del mes: Virgo




En esta ocasión, tanto el mito como el personaje que hay detrás del signo zodiacal son poco conocidos. No es, como viene siendo habitual, alguna divinidad olímpica de renombre –Atenea, por ejemplo- o alguna de sus historias. No, para situar a la divinidad que se esconde tras el signo hay que remontarse a una época más antigua que el mismo Zeus.


En una época muy, muy lejana, cuando Cronos reinaba, dioses y hombres convivían en total armonía. Hesíodo (Trabajos y días 110-122) describe a los hombres de esta época viviendo como dioses, “con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas ajenos a todo tipo de males”. Esta época es conocida como la Edad de Oro.
  
Aparte de esta eterna felicidad, los hombres pertenecientes a esta dorada estirpe se caracterizaban por estar en completa paz entre ellos y respetar a los dioses. Por ello, Astrea –más conocida como Dike (Justicia)-, hija de Zeus y Temis, paseaba entre ellos y habitaba con ellos. Sin embargo, cuando las diferentes estirpes se fueron sucediendo y degenerando (oro > plata > bronce > héroes > hierro), la guerra, la injusticia y los males fueron ganando terreno, esta divinidad se alejó al monte. Pero cuando las guerras y las disensiones se produjeron entre los hombres, ella, “sintiendo odio de su absoluta injusticia” (Eratóstenes, Catasterismos 9), se marchó al Olimpo. Allí se convirtió en Virgo.
 
Es nuestro mitógrafo de cabecera, Eratóstenes, quien describe la posición de las estrellas de Virgo:
 
“Sobre la cabeza tiene una estrella, de brillo escaso; <en> cada hombro, una; <en> cada ala, dos (la que se halla en el ala derecha, <entre> el hombro y el extremo del ala, recibe el nombre de Vendimiadora); <en> cada codo, una; <en> la punta de cada mano, una (la estrella brillante que está en la izquierda se llama Espiga); en la orla de la túnica, <seis> [, una de brillo escaso]; <en> cada pie, una: en total, veinte” (traducción de José B. Torres Guerra).


Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO

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