jueves, 4 de septiembre de 2014

El signo del mes: Virgo




En esta ocasión, tanto el mito como el personaje que hay detrás del signo zodiacal son poco conocidos. No es, como viene siendo habitual, alguna divinidad olímpica de renombre –Atenea, por ejemplo- o alguna de sus historias. No, para situar a la divinidad que se esconde tras el signo hay que remontarse a una época más antigua que el mismo Zeus.


En una época muy, muy lejana, cuando Cronos reinaba, dioses y hombres convivían en total armonía. Hesíodo (Trabajos y días 110-122) describe a los hombres de esta época viviendo como dioses, “con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas ajenos a todo tipo de males”. Esta época es conocida como la Edad de Oro.
  
Aparte de esta eterna felicidad, los hombres pertenecientes a esta dorada estirpe se caracterizaban por estar en completa paz entre ellos y respetar a los dioses. Por ello, Astrea –más conocida como Dike (Justicia)-, hija de Zeus y Temis, paseaba entre ellos y habitaba con ellos. Sin embargo, cuando las diferentes estirpes se fueron sucediendo y degenerando (oro > plata > bronce > héroes > hierro), la guerra, la injusticia y los males fueron ganando terreno, esta divinidad se alejó al monte. Pero cuando las guerras y las disensiones se produjeron entre los hombres, ella, “sintiendo odio de su absoluta injusticia” (Eratóstenes, Catasterismos 9), se marchó al Olimpo. Allí se convirtió en Virgo.
 
Es nuestro mitógrafo de cabecera, Eratóstenes, quien describe la posición de las estrellas de Virgo:
 
“Sobre la cabeza tiene una estrella, de brillo escaso; <en> cada hombro, una; <en> cada ala, dos (la que se halla en el ala derecha, <entre> el hombro y el extremo del ala, recibe el nombre de Vendimiadora); <en> cada codo, una; <en> la punta de cada mano, una (la estrella brillante que está en la izquierda se llama Espiga); en la orla de la túnica, <seis> [, una de brillo escaso]; <en> cada pie, una: en total, veinte” (traducción de José B. Torres Guerra).


Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO

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