lunes, 19 de diciembre de 2016

El mito del mes: diciembre



Llegamos al último mes del año en nuestro calendario. También es el último mes en el calendario romano que usará un número como nombre (decem, ‘diez’), atendiendo a la posición que ocupaba. En el calendario ático (griego) se conoce como Poseidon (mitad diciembre-mitad enero), por tomar su nombre del dios Poseidón.

No cabe duda de que el calendario romano festeja una de las fiestas más conocidas: las Saturnalia. Éstas tenían lugar entre el 17 y 23 de diciembre, que coincidía con el solsticio de invierno, justo después de que se hubiera recogido toda la cosecha de los campos. 

Se celebraban en honor a Saturno quien, tras ser expulsado por Júpiter, fue acogido por Jano, un dios “de la primera generación”, de acuerdo a Macrobio (Saturnales 1.7.19-23). Ambos gobernaron conjuntamente la ciudad de Janículo (en la región de lo que se conoce como Italia) y fundaron la ciudad de Saturnia (el Lacio). Debido a la época de prosperidad que tuvieron durante su gobierno, sus descendientes les dedicaron dos meses contiguos: en diciembre se celebraría la festividad de Saturno y enero recibiría el nombre de Jano (Ianarius).

 Saturno fue asimilado al dios griego Cronos, padre de Zeus, bajo el cual se vivió una Edad de Oro, donde había prosperidad y dioses y hombres convivían en armonía, por lo que los romanos hablan de la Edad de Oro de Saturno. 

Las fiestas se abrían con un gran sacrificio, seguido de un banquete al que asistía todo el mundo vestido con ropas no demasiado formales y un gorro (¿reminiscencia en las coronas de papel que vienen en los crackers navideños ingleses?). Acaba con el grito ‘Io Saturnalia’ resonando por toda la ciudad. En el día del banquete la estatua de Saturno es despojada de sus cadenas de lana, las cuales bien representaban que el fruto que había estado oculto durante un tiempo, bien porque se quisiera retener la presencia del dios. Era un tiempo de alegría (tiendas, escuelas y juzgados estaban cerrados), de exceso en cuanto a comida y bebida, y de intercambiar regalos -pequeñas muñecas de cerámica para los niños y velas a los adultos. En este contexto alegre, las normas sociales se relajaban y los siervos eran tratados igual que los señores, incluso en las casas podían ocupar el lugar de sus señores, y se elegía al “rey de las burlas” (Saturnalicius princeps), que sería el Señor de las Fiestas. 


Por su parte, en Grecia también se celebraba el solsticio de invierno a través de fiestas que tenían como centro a Deméter y Dionisio. 

La fiesta Haloa estaba dedicada a Deméter y Dionisio tras el corte de los viñedos y la degustación del nuevo vino. Era también una fiesta en la que predominaba la alegría, y en ella el protagonismo correspondía a las mujeres de cualquier condición social, ya que sólo participaban féminas. Los hombres estaban fuera del recinto. Durante este tiempo las mujeres portaban símbolos de los genitales masculinos y femeninos; comían dulces y pasteles con formas de genitales masculinos; bebían grandes cantidades de vino, y se susurraban canciones y dichos obscenos por parte de las sacerdotisas en el oído de las mujeres para incitarlas al adulterio. Todo ello (comida, bebida y canciones) tenía por objetivo favorecer la fertilidad. No en vano Deméter y Dionisio eran dioses de la fertilidad, de los campos y de los viñedos, respectivamente.

Era también la época de las Dionisias rurales, en las que procesionaba Dionisio en forma de falo (de nuevo, símbolo de fertilidad). Un ejemplo de cómo sería esa procesión se encuentra en Aristófanes, Acarnienses 197-203. Eran unas fiestas alegres y dicharacheras en las que grupos de muchachos entonaban canciones con toque chirigotero (en contenido) a todo aquel con el que se encontraban y realizaban danzas obscenas. A ellas se añadían el vino y los higos como símbolos de Dionisio. Plutarco, si bien se queja de los gritos, el jaleo y la vulgaridad en la que a veces se incurría durante estos días (Mor. 1098C), también recoge la sencillez del origen de la fiesta:

El festival patrio de las Dionisíacas se celebraba antiguamente con una procesión popular y alegre. Un ánfora de vino y un sarmiento, después alguien arrastraba al macho cabrío, otro seguía portando un cesto de higos pasos y, después de todo, el falo (Mor. 257D, traducción Rosa Mª Aguilar).
Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO
 
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