Si no recuerdo mal lo que aprendí en un curso de hipnosis
clínica, las ondas alpha (que crean extrema relajación y un estado
precisamente prehipnótico) son emitidas por el cerebro ante determinados
estímulos naturales y reconfortantes tales como el fuego, el sonido del
mar, caminar descalzo sobre césped o la arena de la playa, etc.
Ello
se debe a que, aunque los tenemos olvidados en nuestro subconsciente,
el ser humano lleva conociéndolos muchos miles de años y, de alguna
forma, se encuentran inscritos en nuestro ADN. Por eso cuando volvemos a
mostrárselos notamos ese especial sosiego y podríamos estar disfrutando
de ellos indefinidamente.
Y la cuestión es que cada
vez distingo más claramente que algo similar ocurre con la astronomía:
cuando nos hablan de las estrellas, el tiempo no existe. Es un tipo de
información que, por densa que sea, no llega a saturarnos ni cansarnos;
al contrario, siempre queremos más. Y, sobre todo, sentimos esa
sensación de "naturalidad" o de proximidad respecto al tema, aunque lo
desconozcamos totalmente.
Por eso creo que, en el
fondo, es otro de esos estímulos que encaja también con nuestra
naturaleza profunda como seres humanos. Porque hubo un tiempo en que el
cielo era una parte de nosotros: Aceptábamos sus dictados y su
influencia, conocíamos sus historias (que explicaban nuestro mundo
terrenal) y era imprescindible para orientarnos.
Todo
ello, sin embargo, lo hemos ido olvidando. Como hemos olvidado el
crujiente sonido del fuego. Pero a veces, en noches como la de ayer,
astronomía y fuego (y leyendas, otra parte de nuestro ADN) se funden
para recordarnos lo que fuimos, somos y seremos... eternamente.
Teo Fernández
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