Tenemos un patrimonio terriblemente desaprovechado. Pero eso ya lo sabemos; es más, lo tenemos tan claro que incluso alardeamos de ello. Por tanto, casi es lo de menos. Lo realmente grave es lo irreversible: los años que llevamos dejando que nos lo expolien o destruyéndolo nosotros mismo.
Así, "a bote pronto", me vienen a la
cabeza varios ejemplos como el traslado a Écija del Depósito de
Sementales de Caballerizas Reales, el arrabal árabe que apareció al
realizar la Ronda Oeste (y "desapareció"), el Palacio de Cercadilla o
determinadas alteraciones urbanísticas contemporáneas.
Un
especial factor de Córdoba a tener en cuenta en este sentido (no tengo
claro si agravante o atenuante) es que se trata de un patrimonio nada
fácil de proteger debido a la fragilidad (meterial e inmaterial) de gran
parte de sus componentes (véanse los patios).
Eso
mismo ocurre, por ejemplo, con mis adorados cines de verano. Son los
cines de verano con más encanto de España y lo más parecido que uno
puede encontrar el espíritu de Cinema Paradiso. Sin embargo, los tenemos
olvidados y cada año se repite el debate sobre su rentabilidad y, por
consiguiente, sobre su existencia.
Así que, como
llevan ya unos días abiertos, animo a ir. Animo a ver la película que se
os quedó pendiente hace unos meses, a repetir aquella que os gustó
tanto, a gastaros el poco dinero que tenéis en proteger nuestro
sensible, sugerente y personal patrimonio. ¿Qué mejor inversión?
Porque
lograr mantener ese patrimonio no solamente es algo que a la larga
precisamente nos dará dinero (un mecanismo básico que solemos olvidar),
sino porque, yendo a pasar allí una noche algo menos calurosa
consumiendo bebidas del "ambigú", estamos protegiendo una parte del alma
de nuestra ciudad, de nuestra personalidad, de nuestra esencia.
Una parte de nosotros mismos.
Teo Fernández Vélez
Érase una vez Córdoba
*La foto que acompaña el artículo es un año posterior al mismo (se cambió).
Érase una vez Córdoba
*La foto que acompaña el artículo es un año posterior al mismo (se cambió).
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