Hace unos dos años y medio, cuando empezaba a dedicarme a la cultura y el turismo cordobeses, contacté con el entonces director del Hotel Casas de la Judería para pedirle unas fotos sobre el mismo. Extremeño de origen y andaluz de adopción, se llamaba Paco Mulero y resulta que le gustaba mucho hablar (hablar él). Así que me tuvo al teléfono un buen rato dándome toda la información que necesitaba, además de consejos varios que yo no había pedido sobre otros temas. De hecho, se extendió tanto que yo ya no sabía cómo cortarlo. Y, por un par de detalles, tengo que admitir que me pareció algo snob y poco soportable.
Días después quedamos para enseñarme el edificio, la antigua Casa de las Pavas. Tanto la extensa conversación telefónica como este encuentro podrían considerase, por su parte, tiempo "perdido" en informar a un joven desconocido. Pero no quedó ahí: me invitó a visitar algún día el Palacio de Moratalla, que también dependía de él. Suele decirse que son los detalles típicos de las grandes empresas y de los grandes profesionales. Pero yo prefiero proclamar lo contrario: son grandes porque tienen esos detalles y esa dedicación.
Y, efectivamente, semanas después, fuimos a Moratalla...
Paco apareció con ropa de deporte nada discreta en cuanto a colorido (ahí empecé a vislumbrar al genio) y su adorable perrita, Nacha. Fuímos en su coche; recogimos a una amiga suya y "tiramos" para allá. La segunda confesión incómoda que no puedo evitar hacer en estas líneas (tras lo de snob) es que todavía no sé cómo sobrevivimos a una maniobra que Paco hizo a la salida de Córdoba. Podríamos haber muerto todos allí: Paco, su amiga y yo. Y Nacha, claro. Pero al final tuvimos una agradable visita a Moratalla y desde ese día comenzó a fraguarse una amistad. A fin de cuentas, mi vida había estado en sus manos...
Se convirtió no solamente en amigo, sino que, algo debió ver en nosotros, porque también se convirtió en nuestro mentor. De él hemos aprendido y, en gran parte de su mano hemos crecido. No sólo nosotros; también otros, como Ángel Peralta Astolfi o Andrés Antúnez. Quizá podría llamársenos "Los Ángeles de Paco" o "Los Muleros". La cuestión es que, juntos y por separado, durante estos dos años y pico hemos puesto nuestros respectivos granos de arena para mejorar Córdoba (al menos, eso hemos intentado).
Ahora, que vuelve a Sevilla, llega el momento de valorar su legado. Y, sinceramente, no creo que lo más importante del mismo sean los años dirigiendo hoteles top, ni su presidencia de la Asociación de Empresarios Turísticos del Valle del Guadalquivir, ni su papel como impulsor de Córdoba Apetece. Su auténtica herencia no es una obra concreta, sino su legado a través de los demás, a través de nosotros, a través de esos a los que apadrinó o que simplemente han estado a su alrededor y se han contagiado de su ilusión y perfeccionismo.
Hay dos detalles muy ilustrativos sobre él: controvertido por ser de las personas que dicen las cosas claramente, a pesar de ello no solamente se requiere su presencia en todas las mesas de trabajo y saraos, sino que tiene pocos "antifans" (haters, se dice ahora). Los tiene, claro; pero insisto: son pocos considerando su, llamémosla, carencia de tacto. El segundo detalle es que incluso estos detractores admiten que, de una forma u otra, se ha desvivido por Córdoba durante su etapa aquí. Y ambas apreciaciones me resultan pulverizadoras.
Ante la la desaparición de este importante eslabón de la cadena cordobesa, los demás eslabones deben desplazarse, avanzar un espacio, para cubrir ese hueco. Como jóvenes canteranos del vestuario de un equipo de fútbol que dan un paso al frente cuando los veteranos capitanes se marchan, rellenando los peldaños de la escalera en orden similar al anterior pero a distinta altura. Intentando ser dignos representantes de la esencia heredada, del espíritu aprendido.
Por Córdoba, y en honor a Paco, intentaremos estar a la altura.
Teo Fernández Vélez