Había en Pedroche –ha muchos años– un
pastorcito que, antes del amanecer, salía con sus ovejas -blancas como la nieve-, cogía su mzurrón y
con su borreguito “Lucero”, de color canela con pintitas blancas, allá se iba en
busca de fresca hierba que alimentara al ganado.
El clarear del día le sorprendía ya metido
entre las encinas, anda que te anda, cantando y haciendo sonar el cascabel de
“Lucero”, al que llevaba en sus brazos, por ser éste muy chiquitito y porque de
andar pronto se cansaba.
¡Ti... lín…tilín!,
Ya se fueron las estrellas.
¡Talán…talán!,
Ya viene el sol en busca de
ellas.
Las alondras…pií…pí…, pasaban rozando cerquita
de “Lucero”, que tiritaba un poco con el frío de la mañana; el pastorcito lo
arropó con su zalea, dejándole la cabeza al aire para que no se ahogara. La oveja
“Grande”, madre del corderito habíase quedado rezagada del resto del rebaño y
caminaba al lado del pastorcito, lamiéndole las manos y llamando a su
hijo: …bee…bee.
Lejos, se
veía un arroyito de agua clara, que corría entre juncos y tropezaba con unas
piedrecitas blancas haciendo: ..glu…glu…glu. Llegaron las ovejitas y pasaron el
arroyo brincando; el pastorcito se dispuso a cruzarlo, pero antes paróse a meter
a “Lucero” en su zurrón, para que no se mojara, si acaso resbalaba al saltar:
¡Tilín…tilín!,
Ya pasamos el arroyo.
¿Talán…talán!,
Y las ovejas,¿dónde están?
Las ovejitas corrieron más de la cuenta, pues habíanse
asustado del ruido que, al galopar, formaban gran número de caballos, que montados
por aguerridos caballeros pasaban por aquel lugar. Los ojos del pastorcito
vieron, atónitos, el caballo blanco del Capitán, que iba el primero, con la crin
rizada, reluciente el bocado y que parecía llevar espejitos en las rosetas, cerca
de las orejas… Y vio a los caballeros con sus armaduras de bronce, su airón de
colores que agitaba el viento, y sus espadas y lanzas… Y vio caballos de muchos
colores, y aún pudo poner a prueba sus ligeras piernas y su gran decisión
corriendo tras un caballo desmandado, al que logró alcanzar y parar, entregándolo
al caballero, que premió su buena acción, regalando al pastorcito (para que la
pusiera a “Lucero”) la campanita de plata que su caballo llevaba.
…Todavía estuvo un buen rato viendo alejarse
a los hombre de armas, (que tales eran los caballeros que a su vera habían
pasado) y cuando ya no divisaba más que una nube de polvo, acordóse de que había
perdido las ovejitas y allá, a buscarlas,corrió:
¡Tilín…tilín!,
Los caballeros van ahí.
¡Talán…talán!,
¿Cuántos irán?
…pronto dio con las ovejas que en una cañada
andaban, roe que te roe. Las contó y estaban cabales: catorce con la oveja
“Grande” (que por cierto no comía, sino balaba, llamando a su hijito), más las cuatro vaquitas que pastaban allá más
lejos. Por la altura del sol adivinó la hora: las doce serían “chispa más o
menos”. Su pensamiento voló hacia la casita, donde sus padres, en tales
momentos, estarían rezando las tres Avemarías del Angelus. Clavó su cayada en el
suelo y, con ambas manos sobre ella, rezó el Avemaría.
Hecho
esto, el pastorcito dejó a “Lucero” junto a su madre y se apartó a la orilla de
un arroyo, donde poder apagar la sed que le devoraba que (por la larga
jornada) era mucha y contenida.
…Bebiendo estaba, cuando miró y vio retratada
en el agua una Virgencita con un niño en los brazos y una Luna a sus
pies; volvió la cabeza y encontró en la rama de una robusta encina a la Virgen
que había visto en el agua… Lleno de alegría y loco de contento, subió al árbol, cogió
la Virgencita y la metió en el zurrón para llevársela a su casa. Andando
andandito, hacia el pueblo se encamina, presto el paso, para enseñar a sus padres
la Virgen que se le ha aparecido:
¡Tilín…tilín!,
La Virgencita va a quí.
¡Talán…talán!,
Mi madre la verá.
Llega a su casa y la madre, que lee la alegría
en sus ojos, le pregunta:
-¿Qué traes, que tan contento vienes?
-¡Mira! (le dice metiendo la mano en el
zurón)… ¡Anda!, no está aquí; yo la metí en el zurrón y no está aquí la Virgen.
-¡…!
-Se me ha escapado del zurrón la
Virgen! (exclama el pastorcito llorando).
Al
día siguiente,pidió a su madre unos cordeles y, muy de mañanita se fue al lugar
donde había visto la Virgen y encontróla de nuevo,en la rama de la encina; la
cogió y volvió a meterla en su zurrón. Pero esta vez la ató con los cordeles
para que no se pudiera ir. Seguro de que ahora sí que la verían sus padres y
todo el pueblo, hacia allá corrió,ligero como un gamo:
¡Tilín…tilín!,
La Virgen va aquí.
¡Talán…talán!,
Ya no se escapará.
…Y su sorpresa fue grande cuando, después de
desatar los cordeles con mucho cuidadito,notó que la Virgen había desaparecido
de nuevo.
Por
tercera vez acude a llevársela, cuando oye que la Virgen le dice: "Pastorcito, no
me lleves más en tu zurrón, porque quiero estar aquí en estos jarales..." Aquellas
dulces palabras de la Virgencita dejan encantado al pastorcito, que quisiera ir
ahora en volandas a su pueblecito a dar la Buena Nueva; y dicho y hecho: por
la trocha, aquí brincando y allí corriendo, el pastorcito llegó a Pedroche antes
que decir amén, comunicando a todos lo que la Virgen le dijo.
El
pastorcito, sus padres, hombres, mujeres y niños de la villa de Pedroche, salen
hacia el lugar donde se ha aperecido la Virgen. En el camino se les unen los
pastores que habitan las chozas de las majadas. Lejos suenan: ¡ti…lín
tilín…!, las campanitas de las ovejas; los cabaones chirrían en los cogollos
altos de las encinas; se oye el ru…ru de las tórtolas que arrullan y…a
prisita, bajo el cielo azul y pisando la verde pradera, llegan todos juntos a la
encina que está cerquita del arroyo y se encuentran a la Virgen con el Niño
Jesús en sus brazos y una Luna a sus pies. Arrodillados, comienzan a rezarle
una Salve que, trémula de fervor, sube al Cielo, ascendiendo entre las nubes
que, cual vellones de blancos corderos, parecen suspendidas,por una hebra de
oro, allá muy alto,muy alto.
Mientras esto pasaba, la noticia de la
aparición de la Virgen había corrido con la velocidad de un cometa por los
pueblos del Valle de los Pedroches: Pozoblanco y Villanueva de Córdoba acuden
presto y se disputan la veneración de la Virgen, alegando que se ha ha parecido en terrenos que
pertenecen a las tres Villas. En efecto, aquellos parajes, donde apareció la
Virgen, eran de los tres pueblos y allí quiso estar, como para decir que a todos
quería mucho.
Las
autoridades arreglaron el asunto fundiendo en un sólo corazón (como dice el
cantar) todo el cariño y devoción de los tres pueblos hacia su Virgen de
Luna (que así la llamaron desde entonces, por haberse aparecido con la Luna a sus
plantas), y decidieron: primero, levantarle una Ermita en el mismo sitrio donde
se había aparecido y después señalar a cada una de las tres Villas un día
fijo (dentro del año) en que irían por la Virgen a su Santuario (aunque
lloviera, nevara o granizara), para poderla tener en su pueblo un poco tiempo y que una vez terminado el plazo ,la llevarían
a su Ermita,para que otra de las Villas fuera a por Ella.
Desde aquellos tiempos, todos los años, sin
interrupción, los habitantes de esta comarca acuden, unos a pie, a caballo
otros,aquel en burro, otros en carros, alegrando el camino con cantos a la Virgen
y galopes de caballos que entre cabriolas y piruetas pugnan por ser los
primeros en llegar a la Ermita, que se ve blanquear, allá a lo lejos,entre el zul
de los chaparros.
Y
es digna de ver esta procesión, caminando entre el rataplán del tambor y el
tintineo de las colleras, alejándose entre las recias encinas por donde discurre
el camino de la Virgen. Hay paradas de los Hermanos que mientras revolotea su
bandera-estrella azul sobre verde hierba-lanzan al aire las descargas de
rigor, haciendo que se den un abrazo-de olores-la pólvora y el tomillo, mientras
las andas de la Virgen balanceando sus campanitas de plata, pasan de hombros de
un soldado a los de un estudiante y de este a los de un artesano. Jinetes sobre
briosos corceles, cuajados de madroños y otras filigranas de
talabartería, caracolean a la vera de la Virgen, sorteando las macizas encinas y
quebrando rayos de sol con rosetas y
alamares. Los romeros salmodian, incesantes, sus coplas:
“Canta el cielo y tierra a una,
En concierto universal:
¡Viva la Virgen de Luna,
Nuestra Madre Celestial!”
Y así llegan a “Los Llanos”, donde un niño, aupado
por los brazos de su madre, exclama: “Virgen de Luna, ¿quieres mi jolnazo?, que, si
no, me lo zampo“.
A la Virgen de Luna,
Me voy mañana;
A tirar de la soga
De la campana.
Adaptada para niños por:
Adolfo de Torres
Enero de 1.942
(Enviada por Miguel Torres Murillo, cronista
oficial de Santa Eufemia y residente en Pozoblanco)