domingo, 23 de febrero de 2014

Mitos y leyendas de la provincia de Córdoba (X): la Virgen de Luna


Había en Pedroche –ha muchos años– un pastorcito que, antes del amanecer, salía con sus ovejas  -blancas como la nieve-, cogía su mzurrón y con su borreguito “Lucero”, de color canela con pintitas blancas, allá se iba en busca de fresca hierba que alimentara al ganado.


El clarear del día le sorprendía ya metido entre las encinas, anda que te anda, cantando y haciendo sonar el cascabel de “Lucero”, al que llevaba en sus brazos, por ser éste muy chiquitito y porque de andar pronto se cansaba.


                ¡Ti... lín…tilín!,

                Ya se fueron las estrellas.

                ¡Talán…talán!,

                Ya viene el sol en busca de ellas.



Las alondras…pií…pí…, pasaban rozando cerquita de “Lucero”, que tiritaba un poco con el frío de la mañana; el pastorcito lo arropó con su zalea, dejándole la cabeza al aire para que no se ahogara. La oveja “Grande”, madre del corderito habíase quedado rezagada del resto del rebaño y caminaba al lado del pastorcito, lamiéndole las manos y llamando a su hijo: …bee…bee.

Lejos, se veía un arroyito de agua clara, que corría entre juncos y tropezaba con unas piedrecitas blancas haciendo: ..glu…glu…glu. Llegaron las ovejitas y pasaron el arroyo brincando; el pastorcito se dispuso a cruzarlo, pero antes paróse a meter a “Lucero” en su zurrón, para que no se mojara, si acaso resbalaba al saltar:
 

                ¡Tilín…tilín!,

                Ya pasamos el arroyo.

                ¿Talán…talán!,

                Y las ovejas,¿dónde están?



Las ovejitas corrieron más de la cuenta, pues habíanse asustado del ruido que, al galopar, formaban gran número de caballos, que montados por aguerridos caballeros pasaban por aquel lugar. Los ojos del pastorcito vieron, atónitos, el caballo blanco del Capitán, que iba el primero, con la crin rizada, reluciente el bocado y que parecía llevar espejitos en las rosetas, cerca de las orejas… Y vio a los caballeros con sus armaduras de bronce, su airón de colores que agitaba el viento, y sus espadas y lanzas… Y vio caballos de muchos colores, y aún pudo poner a prueba sus ligeras piernas y su gran decisión corriendo tras un caballo desmandado, al que logró alcanzar y parar, entregándolo al caballero, que premió su buena acción, regalando al pastorcito (para que la pusiera a “Lucero”) la campanita de plata que su caballo llevaba.


…Todavía estuvo un buen rato viendo alejarse a los hombre de armas, (que tales eran los caballeros que a su vera habían pasado) y cuando ya no divisaba más que una nube de polvo, acordóse de que había perdido las ovejitas y allá, a buscarlas,corrió:


                ¡Tilín…tilín!,

                Los caballeros van ahí.

   ¡Talán…talán!,

  ¿Cuántos irán?



…pronto dio con las ovejas que en una cañada andaban, roe que te roe. Las contó y estaban cabales: catorce con la oveja “Grande” (que por cierto no comía, sino balaba, llamando a su hijito), más las  cuatro vaquitas que pastaban allá más lejos. Por la altura del sol adivinó la hora: las doce serían “chispa más o menos”. Su pensamiento voló hacia la casita, donde sus padres, en tales momentos, estarían rezando las tres Avemarías del Angelus. Clavó su cayada en el suelo y, con ambas manos sobre ella, rezó el Avemaría.

Hecho esto, el pastorcito dejó a “Lucero” junto a su madre y se apartó a la orilla de un arroyo, donde poder apagar la sed que le devoraba que (por la larga jornada) era mucha y contenida.


…Bebiendo estaba, cuando miró y vio retratada en el agua una Virgencita con un niño en los brazos y una Luna a sus pies; volvió la cabeza y encontró en la rama de una robusta encina a la Virgen que había visto en el agua… Lleno de alegría y loco de contento, subió al árbol, cogió la Virgencita y la metió en el zurrón para llevársela a su casa. Andando andandito, hacia el pueblo se encamina, presto el paso, para enseñar a sus padres la Virgen que se le ha aparecido:


                ¡Tilín…tilín!,

                La Virgencita va a quí.

                ¡Talán…talán!,

                Mi madre la verá.



Llega a su casa y la madre, que lee la alegría en sus ojos, le pregunta:


-¿Qué traes, que tan contento vienes?


-¡Mira! (le dice metiendo la mano en el zurón)… ¡Anda!, no está aquí; yo la metí en el zurrón y no está aquí la Virgen.


-¡…!


-Se me ha escapado del zurrón la Virgen! (exclama el pastorcito llorando).

Al día siguiente,pidió a su madre unos cordeles y, muy de mañanita se fue al lugar donde había visto la Virgen y encontróla de nuevo,en la rama de la encina; la cogió y volvió a meterla en su zurrón. Pero esta vez la ató con los cordeles para que no se pudiera ir. Seguro de que ahora sí que la verían sus padres y todo el pueblo, hacia allá corrió,ligero como un gamo:


             ¡Tilín…tilín!,

La Virgen va aquí.

¡Talán…talán!,

Ya no se escapará.



…Y su sorpresa fue grande cuando, después de desatar los cordeles con mucho cuidadito,notó que la Virgen había desaparecido de nuevo.

Por tercera vez acude a llevársela, cuando oye que la Virgen le dice: "Pastorcito, no me lleves más en tu zurrón, porque quiero estar aquí en estos jarales..." Aquellas dulces palabras de la Virgencita dejan encantado al pastorcito, que quisiera ir ahora en volandas a su pueblecito a dar la Buena Nueva; y dicho y hecho: por la trocha, aquí brincando y allí corriendo, el pastorcito llegó a Pedroche antes que decir amén, comunicando a todos lo que la Virgen le dijo.

El pastorcito, sus padres, hombres, mujeres y niños de la villa de Pedroche, salen hacia el lugar donde se ha aperecido la Virgen. En el camino se les unen los pastores que habitan las chozas de las majadas. Lejos suenan: ¡ti…lín tilín…!, las campanitas de las ovejas; los cabaones chirrían en los cogollos altos de las encinas; se oye el ru…ru de las tórtolas que arrullan y…a prisita, bajo el cielo azul y pisando la verde pradera, llegan todos juntos a la encina que está cerquita del arroyo y se encuentran a la Virgen con el Niño Jesús en sus brazos y una Luna a sus pies. Arrodillados, comienzan a rezarle una Salve que, trémula de fervor, sube al Cielo, ascendiendo entre las nubes que, cual vellones de blancos corderos, parecen suspendidas,por una hebra de oro, allá muy alto,muy alto.


Mientras esto pasaba, la noticia de la aparición de la Virgen había corrido con la velocidad de un cometa por los pueblos del Valle de los Pedroches: Pozoblanco y Villanueva de Córdoba acuden presto y se disputan la veneración de la Virgen, alegando  que se ha ha parecido en terrenos que pertenecen a las tres Villas. En efecto, aquellos parajes, donde apareció la Virgen, eran de los tres pueblos y allí quiso estar, como para decir que a todos quería mucho. 

Las autoridades arreglaron el asunto fundiendo en un sólo corazón (como dice el cantar) todo el cariño y devoción de los tres pueblos hacia su Virgen de Luna (que así la llamaron desde entonces, por haberse aparecido con la Luna a sus plantas), y decidieron: primero, levantarle una Ermita en el mismo sitrio donde se había aparecido y después señalar a cada una de las tres Villas un día fijo (dentro del año) en que irían por la Virgen a su Santuario (aunque lloviera, nevara o granizara), para poderla tener en su pueblo un poco tiempo  y que una vez terminado el plazo ,la llevarían a su Ermita,para que otra de las Villas fuera a por Ella.
 

Desde aquellos tiempos, todos los años, sin interrupción, los habitantes de esta comarca acuden, unos a pie, a caballo otros,aquel en burro, otros en carros, alegrando el camino con cantos a la Virgen y galopes de caballos que entre cabriolas y piruetas pugnan por ser los primeros en llegar a la Ermita, que se ve blanquear, allá a lo lejos,entre el zul de los chaparros. 

Y es digna de ver esta procesión, caminando entre el rataplán del tambor y el tintineo de las colleras, alejándose entre las recias encinas por donde discurre el camino de la Virgen. Hay paradas de los Hermanos que mientras revolotea su bandera-estrella azul sobre verde hierba-lanzan al aire las descargas de rigor, haciendo que se den un abrazo-de olores-la pólvora y el tomillo, mientras las andas de la Virgen balanceando sus campanitas de plata, pasan de hombros de un soldado a los de un estudiante y de este a los de un artesano. Jinetes sobre briosos corceles, cuajados de madroños y otras filigranas de talabartería, caracolean a la vera de la Virgen, sorteando las macizas encinas y quebrando rayos de sol con rosetas   y alamares. Los romeros salmodian, incesantes, sus coplas:
 

                “Canta el cielo y tierra a una,

                En concierto universal:

                ¡Viva la Virgen de Luna,

                Nuestra Madre Celestial!”



Y así llegan a “Los Llanos”, donde un niño, aupado por los brazos de su madre, exclama: “Virgen de Luna, ¿quieres mi jolnazo?, que, si no, me lo zampo“.


                A la Virgen de Luna,

                Me voy mañana;

                A tirar de la soga

                De la campana.              



Adaptada para niños por:
Adolfo de Torres
Enero de 1.942

(Enviada por Miguel Torres Murillo, cronista
oficial de Santa Eufemia y residente en Pozoblanco)
              

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