viernes, 28 de febrero de 2014

El mito del mes: Piscis




Este signo zodiacal suele recogerse entre los mitógrafos bajo el nombre de “Peces”. ¿Quiénes se esconden tras estos peces y por qué fueron catasterizados (convertidos en estrella)? Dos son las explicaciones más conocidas.

La primera de ella, narrada por Eratóstenes, hace a estos Peces descendientes, hijos o nietos, del Gran Pez, quien salvó a Dérceto tras caer en una laguna por la noche en Bámbice (o Hierópolis). Dérceto, a la que los habitantes de la zona llamaban diosa Siria, era hija de Afrodita. Como recompensa por este salvamento, al Gran Pez y a sus descendientes se les honró con su conversión en astros.

La segunda explicación continúa relacionada con Afrodita, quien, junto con Cupido, se transforman en estos animales acuáticos para huir de Tifón –o Tifoeo-, monstruoso hijo de Gea que quiso reinar entre los dioses. Debido a su apariencia física -cien cabezas de serpiente que salían de sus hombros con negras lenguas; todos sus ojos lanzaban fuegos, según Hesíodo (Teogonía 825-829)-, y su enorme fuerza, los dioses olímpicos tuvieron que huir y esconderse de él, tomando falsas apariencias. Afrodita y su hijo Cupido se refugiaron en Siria –o, según Ovidio (Metamorfosis V.323-331) y otros autores, en Egipto-, metamorfoseados en peces en el río Eúfrates. Esa es la razón por la que, de acuerdo a Higinio (Astronómica II.30), los sirios de esas regiones no comen pescado, ya que temen comerse a los dioses.

Cada uno de estos dos peces, boreal y austral, representa un hemisferio diferente, en posición cambiada, aunque ambos tienen un nexo común. Según Eratóstenes (Catasterismos 21), la posición de estas estrellas es la siguiente:

“El pez boreal se compone de doce estrellas [y dos…], el austral de quince. El cordón que los mantiene juntos tiene, en la parte norte, tres estrellas; en la del sur, tres; en dirección al este, tres; las que conforman el propio neo son tres: en total, doce. Todas las estrellas de ambos peces y de su nexo son treinta y nueve” (traducción de José B. Torres Guerra).


Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO

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