domingo, 27 de enero de 2013

De plazas y mercados


Hoy termina el mercado medieval de la Plaza de la Corredera, celebración que no deja de parecernos un pastiche más parecido a un parque temático que a un acontecimiento cultural. Pero no podemos negar su éxito, su efecto revitalizador de la zona (consecuencia de aquel) y su gran sentido histórico, ya que la vinculación de este enclave con el comercio no se limita a las diversas alteraciones sufridas en el último siglo "y pico":

Como por la mayoría de los cordobeses es sabido, la actual calle San Fernando se ha llamado tradicionalmente Calle de la Feria en relación precisamente a la gran actividad comercial que tenía lugar en ella y que se extendía hasta la Plaza del Potro. De hecho, esta última ha sido incluída en el mercado del que hablamos, lo cual nos parece coherente (teniendo en cuenta además su estética medieval) pero al mismo tiempo arriesgado de cara a la conservación de un punto tan frágil de nuestro casco antiguo.

A esos dos entornos habría que sumar la aparición de la comentada Plaza de la Corredera, idea nacida a partir de la celebración en el mismo lugar que ocupa de un mercado semanal en el siglo XVI, si bien la reordenación que le concedió el homogéneo aspecto actual corresponde al XVII. Así, esta vino a acaparar precisamente gran parte de la actividad en cuanto a festejos y comercio que antes tenían aquellos.

Dicho de otra forma, desde finales de la Edad media y hasta tiempos relativamente recientes, fueron dos plazas llevadas a cabo en los amplios espacios vacíos de la Ajerquía las que aglutinaron sucesivamente la vida de la ciudad cuando esta abandonó el eje Alcázares-Mezquita-Catedral. Después, la llegada del ferrocarril "tiró" de ella hacia el noroeste, haciéndola volver a lo que había sido la Corduba primigenia romana y dando lugar al centro moderno, que, del mismo modo, gira en torno a otra plaza: la de las Tendillas.

Teo Fernández
*Imagen tomada de www.hostallacorredera.com 

lunes, 21 de enero de 2013

Fantasmas de Córdoba (I): Maldita Universidad...


Resulta realmente llamativa la cantidad de edificios universitarios encantados que encontramos en nuestra ciuda.

Precisamente ante uno de ellos comienza nuestra ruta Leyendas y Fantasmas de Córdoba. Se trata de la Facultad de Filosofía y Letras, que por haber sido hospital hasta el siglo XX parece albergar más de un espectro, de los que vigilantes y limpiadoras dan buena cuenta (como el de un niño que, según cuentan, corretea por allí durante la noche).

Otro lugar con famosos polstergeist es la Facultad de Derecho. Este edificio en principio fue convento y más tarde también hospital, tanto materno-infantil como para enfermos de epidemias. En él dicen haberse vivido innumerabels fenómenos extraños: sillas que se mueven solas, madres que murieron en un parto y que siguen deambulando en busca de su hijo, un difunto profesor que también camina todavía por sus pasillos o fotografías y psicofonías misteriosamente borradas.

Tampoco la Escuela de Arte Dramático (Palacio de los Condes de las Quemadas) es ajena a hechos difícilmente explicables, pues se cuenta que en fantasma de "el Nono" (un zapatero que se habría suicidado allí y por ello sería condenado a vagar durante toda la eternidad por el mismo lugar) da señales de "vida" de vez en cuando. La mayoría de los sucesos, además, giran en torno a la "maldita" aula número 5.

Es fácil deducir que no debería extrañarnos esa coincidencia entre centros universitarios y sucesos paranormales, ya que se trata de edificios antiguos (dos de ellos, además, han sido hospitales), que tienen o han tenido vigilantes nocturnos y que ofrecen muchas horas en soledad tanto a estos como a vedeles y limpiadoras en un entorno de unas características que podrían favorecer la sugestión.

Sin embargo, no solamente se trata de contrucciones seculares, pues en el Campus de Rabanales precisamente una limpiadora afirma haber visto el fantasma de Severo Ochoa en el edifico del mismo nombre...
 
Teo Fernández

PD: Si quieres conocer alguna otra historia sobre fenómenos extraños en nuestra ciudad, no dudes en realizar nuestra ruta Leyendas de Córdoba (información en la parte superior del blog).

miércoles, 16 de enero de 2013

De cómo una leyenda se vuelve actualidad


Es en Córdoba conocida por muchos (incluso a menudo noticia de prensa local) la polémica que en los últimos años protagonizan los templos de San Pablo y San Agustín en torno al retorno de la imagen de la Virgen de las Angustias al edificio agustino tras casi medio siglo de estancia en el de Capitulares. Pero lo más curioso es que esta situación tiene sus raíces en una tradición que cuenta ya con muchos más años de historia...

Estaban los monjes dominicos de San Pablo trabajando en su huerto (luego Huerto de Orive, hoy Jardín de Orive) cuando un burro se les coló dentro con una caja de madera atada sobre el lomo. Rápidamente lo echaron, y el animal continuó con su pesada carga el camino hacia "abajo", llegando hasta San Agustín.

Allí, el trato que encontró por parte de los monjes fue totalmente distinto: le dieron agua y comida y le desataron el cajón, de forma que el animal pudo escaparse rápidamente en un descuido. Pero la provindencia tenía reservado un agradecimiento muy especial a su buen hacer: al abrir la caja, encontraron dentro una hermosísima talla de la Virgen de las Angustias.

Cuando la noticia llegó a oídos de los dominicos, estos la reclamaron como suya, pues consideraban que desde el cielo se la habían mandado a ellos, ya que el burro fue primero a su convento. Sin embargo, los agustinos se negaron rotundamente, alegando que ellos habían acogido al burro, mientras que en San Pablo lo habían expulsado.

La trifulca acabó buscando solución en la Justicia, que determinó que la Virgen correspondía a San Agustín, pero dejó una puesta abierta para contantar a los dominicos: si alguna vez la Virgen entraba en San Pablo, ya no saldría...

Teo Fernández

PD: Si quieres conocer nuestras principales leyendas y tradiciones locales, no dudes en realizar nuestra Ruta nocturna Leyendas de Córdoba. ¡Te esperamos!

jueves, 10 de enero de 2013

Sobre la identidad de Córdoba...*


Aunque nací y crecí en Córdoba, he pasado los últimos diez años en dos ciudades que “viven” de su Patrimonio: Granada y Roma. Paralelamente, en las esporádicas visitas al hogar familiar, he ido observando una negativa evolución que tuvo su confirmación (para mí, esperada –politiqueos aparte-) con el batacazo de la Capitalidad Cultural.

Creímos que “2016” se conseguía mediante adhesiones “ilustres”, enunciados rimbombantes y actividades “perroflautas”. En muchas de ellas ha habido, digámoslo claro, una falta de calidad, pues se ha confundido la cultura con los gigantes y cabezudos y las batukadas. Salvo excepciones, en el mejor de los casos encontrábamos certámenes intelectualoides de escasa asistencia y dudoso nivel, basados en el amiguismo, la autocomplacencia y el gastó público improductivo.

Pero lo más grave es que, tanto en la mayoría de esos proyectos como en las intervenciones en la ciudad, se ha olvidado la identidad de la misma. Entiendo que estamos en el siglo XXI y que Córdoba necesitaba desanquilosarse, pero no hablo de “estilo”, sino de “espíritu”: una de las urbes con más historia de occidente ha intentado reinventarse de la nada, olvidando sus raíces en favor de lo común y mediocre. Aunque jugaba con ventaja las bazas de la personalidad y el entorno, la búsqueda de lo “progre” y del poner la firma y salir en la foto han destrozado aquellos, igualándola a la baja con el resto de ciudades.

No hay más que dar un paseo para tener una muestra: materiales, colores, bancos y suelos que, además de romper con la estética de la ciudad y de su dudoso gusto (algo subjetivo, a fin de cuentas) son los mismos que vemos en cualquier otro lugar. Sin entrar en el tema de las palmeras, los nuevos letreros con los nombres de las calles o todo el proyecto de Miraflores que, espero, sea finalmente INviable.

Pero la parte positiva, queridos paisanos, es que se trata de algo por ahora reversible (quizá no más adelante), y tan fácil como aceptarse. Córdoba está a tiempo de corregir, para la posteridad, el que ha sido su imperdonable y pagado error en la última década: huir de sí misma.
Teo Fernández

* Este artículo fue publicado como Carta al Director en un diario local el 29 de septiembre de 2011 con el título "Córdoba, ejemplo de suicidio cultural". 

domingo, 6 de enero de 2013

Facebook y aclaraciones


Os recordamos que tenemos un perfil de Facebook (click aquí) "genérico" de la empresa y sendas páginas sobre nuestras actividades:



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Gracias.

miércoles, 2 de enero de 2013

El "otro" viaje de Tolkien


Pocas cosas nos resultan ajenas cuando leemos (o vemos) a Tolkien. Desde las razas y especies a las que pertenecen sus personajes hasta el valor mágico-simbólico de los objetos (espadas, anillos), pasando por la revalorización de las virtudes clásicas,  la dicotomía bien-mal o la apología del mundo rural.

Todo ello se debe a que los mitos en general y los nórdicos en particular nutrieron directamente las obras de este profesor universitario de lengua y lieratura inglesas nacido en Sudáfrica. Y al mismo tiempo estos nuevos relatos nacidos de su pluma resultan tan imperecederos como aquellas historias, pues todos comparten una elevadísima carga de significado que les otorga actualidad y vigencia eternas.

No casualmente, fue en una época que añoraba el Romanticismo del XIX y su revalorización de la fantasía y las leyendas (podríamos decir que se tenía algo así como "nostalgia de la nostalgia"), cuando J.R.R. Tolkien (1892-1973) creó su mágico universo personal. Y lo hizo a través de unos relatos escritos originalmente para sus hijos que conformaron El Hobbit y que resultaron del agrado de una editorial, siendo por ello a la postre el germen del futuro El Señor de los Anillos.

Dentro del inicialmente mencionado grupo de elementos e ideas recurrentes me llama especialmente la atención el hecho de que en ambas obras, cual epopeyas clásicas, todo sucede en un viaje inesperado, que en el fondo es iniciatico, pues es el viaje en busca de uno mismo (aunque sea involuntario). Un viaje que además resulta catalizador no solamente del previsible cambio personal, sino también del universal, responsabilidad esta que inevitablemente crea profundos dilemas internos en quien lo realiza.

Por otro lado, las adaptaciones cinematográficas (como la que se encuentra actualmente en cartelera y que motiva estas líneas) han puesto su grano de arena a la grandeza del ciclo tolkiano. Y lo han hecho definiendo una estética tan digna que ha obrado un casi inaudito milagro: que los fans de las novelas de Tolkien resulten igual de fascinados (o más) por los correpondientes films.

Así las cosas, hay que decir que la historia de El Hobbit no llega al nivel de madurez compositiva de El Señor de los Anillos, de la que resulta casi el ensayo previo. Y quizá por ello tampoco lo hace la película, que se regodea en ese toque infantil de sus destinatarios originales. Sin embargo, no solamente es igual de recomendable como cinta, sino que el viaje de Bilbo también contribuye a una conclusión tan romántica y universal como cualquier mito en sí mismo: la mayoría de las cosas interesantes suceden fuera de casa.

Teo Fernández