Hoy
nos vamos mucho más atrás en el tiempo de a lo que habitualmente os tengo
acostumbrados en este ciclo. En este caso nuestro viaje se remontará al siglo X – VII
a.C. con la conocidísima Estela de Ategua.
Esta
enigmática piedra caliza blanca grabada, que ahora se encuentra en el
Museo Arqueológico de Córdoba, fue encontrada en el Cortijo de
Gamarrilla, próximo al yacimiento de Ategua.
Y
vosotros me diréis: “bueno, sí, ¿pero qué es una estela y qué quiere
decir esta en concreto? Porque vaya cosa más rara nos has puesto hoy”. Y
yo os diré que una Estela no solo es una actriz del destape a la que
Fernando Esteso le chupó un pezón, sino que también es un elemento de la
Edad del Bronce cuya función todavía se desconoce pero que está
caracterizado por sus grabados percutidos que generalmente representan
armas u otros objetos como figuras humanas, espejos, peines, navajas,
pinzas, instrumentos musicales…
Tela,
¿verdad? Pues que sepáis que más allá de esto, todo son hipótesis
acerca de para qué servían. Es decir, no se sabe todo lo que nos
gustaría de ellas por lo difícil que es teorizar con la prehistoria. Aun
así, algunos dicen que estas grandes losas de piedra estarían
relacionadas con ritos funerarios, pero solo 4 de las 120 encontradas
están en el perímetro de enterramientos. Otros, que si no hay muertos
asociados a ellas a lo mejor es que era una manera de recordar a los que
ya no estaban. Un poco siguiendo esta idea, también se ha dicho que
quizá estuvieran relacionados con héroes, cenotafios (tumbas vacías
también entendidas como monumentos funerarios), o incluso con la
rememoración de batallas.
Otra interpretación que nos falta defiende que
quizá las estelas fueran elementos limitadores del territorio. Mojones,
vaya. De ser así, encajarían en la idea de que en la Edad del Bronce
existía una jerarquización social fuerte en las comunidades que
respondería al control de la tierra y de las materias primas. Y por
tanto, aquellos que encargarían la erección de estas piedras serían las
familias más importantes de la comunidad, la que se las pudieran
permitir. Es decir, existirían comunidades diferenciadas entre sí y
jerarquizadas en su interior en las que las élites utilizarían las
estelas como elementos de demarcación del territorio. “Te planto esta
piedra aquí para que sepas que to’ este campo y las vaquitas que hay en
él son míos” dirían ellos.
Y la última interpretación, más parecida a
esta anterior que a las primas, sería que las estelas sirvieran para
marcar rutas ganaderas, o zonas de metales, pero no existe una
intervisibilidad entre ellas, es decir, a gran escala no parecen formar
caminos ni demarcar espacios claros, por lo que lo único que podemos
afirmar es que son claros marcadores simbólicos de algo.
Y después de todo esto tenemos la Estela de Ategua, con la que podemos casi “jugar” a ver qué hipótesis encaja.
De
1’63m de altura (que poco ha crecido para los casi 30 siglos que
tiene), es una de las más complejas e historiadas que existen en la
Península Ibérica. Y también una de las más recientes. Dividida en tres
partes en la zona superior nos encontramos con un guerrero con coraza
rodeado de todo el repertorio de instrumentos posibles: un espejo, una
lanza, una espada y un peine. Justo debajo la escena es otra. En este
caso parece que encontramos una ceremonia funeraria, pues aparecen aquí
un personaje tendido, presumiblemente muerto, y figuras cuadrúpedas que
se han interpretado como objeto de sacrificio. Y en el tercer espacio
vemos un carro conducido por una figura y tirado por animales que parece
está acompañado por un cortejo funerario.
Ahora
solo queda teorizar sobre lo que representa, que parece bastante claro,
y para qué serviría, que eso ya no tanto. Y vosotros ¿qué creéis?
Isa Barrado
Colaboradora Honoraria
del Departamento de Historia Moderna
de la Facultad de Filosofía y Letras
(Imagen: www.cordobapedia.es)
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